Afantasía y dependencia del inconsciente

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Hace un par de semanas, el profesor Joel Pearson hizo una pregunta en Twitter sobre cómo una persona con afantasía podía reconocer una cara conocida entre la multitud, y yo respondí: “Simplemente confío en que reconoceré a la persona que busco cuando la vea, y lo hago”.

Y eso me llevó a pensar en un viejo enigma que he tenido en mi mente desde que tomé un curso de introducción a la psicología en la universidad y escuché por primera vez acerca de las teorías de Freud sobre el inconsciente, que eran absurdas para mí, pero aún más absurda era la propuesta de que antes de 1800 la gente ni siquiera eran conscientes de que tenían un inconsciente.

Siempre he sabido que dependía de partes de mi mente que no formaban parte de la corriente de diálogo que considero consciente. Las partes que reconocen al instante a un viejo amigo entre la multitud aunque haya engordado 15 kilos y le haya crecido la barba desde la última vez que lo vi. La parte que encuentra el libro que busco en el batiburrillo de miles de libros antiguos que poseo, incluso cuando hace años que no pienso en él. La parte que conoce la respuesta correcta a esas pruebas de coeficiente intelectual espacial, la que se fija en los mapas que estudio para un viaje campo a través y me guiará hasta el lugar correcto mientras yo estoy ocupada escribiendo historias cortas en mi cabeza y sin pensar dónde tengo que girar a continuación, pues sabía que mi inconsciente lo sabía y me dirigiría hasta allí. etc.

Y ahora me pregunto si yo, como afantasico, soy más dependiente de mi inconsciente que la mayoría o simplemente soy más consciente de mi dependencia de mi inconsciente que la mayoría.

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